“Levántate, Sinluz, y caminemos juntos por un nuevo camino”. Con este mensaje se anunciaba la expansión de Elden Ring, una de las ampliaciones más rotundas e inspiradas que nos ha traído FromSoftware; un nuevo capítulo que no se limita a expandir, sino que propone nuevas ideas y un diseño troncal que complementa con audacia la aventura principal.
Este nuevo camino nos lleva a la Tierra Sombría, un lugar tejido con retazos de antiguos pueblos y viejas ideas; un crisol que amalgama imaginarios, dogmas y construcciones culturales que cayeron en desuso o fueron reemplazadas por nuevos poderes. Es un lugar velado, yace literalmente bajo el dosel que cuelga del Árbol Umbrío, y supone una especie de reverso oculto de las Tierras Intermedias. De nuevo, la fijación por la naturaleza dual del ser, las dobleces de todos los fenómenos que existen, se perpetúa como marco temático primordial. Una tierra en la que se esconden errores, fragmentos de los pueblos del pasado y desviaciones no contempladas en el orden actual del mundo.
Quizá por eso su geografía es intrincada, tan complicada de entender como las propias ideas y antiguos saberes que le dieron forma. Una tierra vertical y retorcida por lo incognoscible de su naturaleza. Los conceptos, de forma aislada, pueden ser comprendidos fácilmente, del mismo modo en que una determinada zona, de forma aislada, puede recorrerse sin mayores dificultades, pero las conexiones entre unas y otras, entre ideas y valles y zonas y palabras, son complejas, están ocultas. Hay que hacer un esfuerzo en escudriñar, pensar y observar siempre desde distintos ángulos, recorrer la tierra en diferentes direcciones, hasta alcanzar la feliz iluminación que abre nuevos caminos.
La aventura en Shadow of the Erdtree se estructura de manera algo diferente a lo que vimos en Elden Ring. Mientras en el juego base son los contornos de las diferentes localizaciones, recortados en la enorme amplitud del paisaje, lo que nos sirve como brújula, en este nuevo capítulo nuestra andadura nos exige mirar más hacia el suelo, donde Miquella va dejando sus cruces doradas, enlazadas a palabras sortilegio y a partes de sí mismo abandonadas; donde se abren o se alzan gigantescos abismos. No podemos saberlo, en un contexto narrativo tan esquivo y nebuloso, pero puede que nuestro avatar, héroe silencioso, también haya sucumbido inconsciente al hechizo del empíreo, ese hilo invisible pero inevitable que lo atrae suavemente como una polilla hasta las fauces abiertas de la crisálida. Del mismo modo en que el Reino de las Sombras es intrincado, también lo son las intenciones de quien nos ha llevado hasta allí.
La verticalidad, marca de la casa recuperada tras el frenesí expansivo de Elden Ring, rige el diseño del Reino de las Sombras, un diseño más contenido y tridimensional. La sistematización de las mazmorras y determinados enemigos como fuente de extracción de recursos sigue presente, pero aquí bajo un sistema propio, con sus propias reglas. Del mismo modo, las criaturas y enemigos que habitan estas tierras se comportan de acuerdo a su entorno, y nos van a exigir un cierto reseteo mental para enfrentarlos con garantías. La tierra siempre provee, poniendo a nuestra disposición un paquete de herramientas que, a su imagen y semejanza, favorecen nuevas y creativas formas de luchar.
Quizá una de las novedades más interesantes es que los personajes secundarios no se dispersan por el mapa de manera impredecible, sino que sus cruzadas se verbalizan con claridad y funcionan como catalizador y guía de la nuestra propia, expandiéndose por todos los rincones del mapa, confluyendo en un mismo final, aun con diferente propósito. Resulta emocionante descubrir cómo la idea de simetría, instinto primario en Demon’s Souls, retorna aquí como hilo conductor. La crisálida, símbolo de renacimiento tras el rito, nos transporta al lugar del rito primigenio, al portal en el que se asciende a la divinidad en este orden del mundo, en un círculo casi completo, roto finalmente por la disrupción de nuestro Sinluz.
La presencia, más tangible, de ciertos personajes cruciales en el lore de Elden Ring dota a Shadow of the Erdtree de un aura de mitología viva. El diseño de los escenarios resulta más verbal que nunca, como esa costa cerúlea, teñida con el desembarco desesperado de Renalla y su flota lunar desparramada por la orilla tras los pasos de Messmer. Los escenarios no solo son testigos y narradores mudos de pasiones, crímenes o sacrificios, sino que se han moldeado a partir de ellos. El Reino de las Sombras no es una tierra que contenga historias, es un lugar creado a partir de ellas.
Shadow of the Erdtree pone el broche de oro a un título tan especial como Elden Ring, regalándonos una ampliación tridimensional del mito con una tierra-historia caleidoscópica, que al mismo tiempo arroja y exige nuevas perspectivas. El cierre de un relato circular, que muere donde todo empieza.