Pentiment: la historia no es una

La perspectiva es esencial

Muchas veces hemos escuchado la popular frase «la historia la escriben los vencedores». Y es que los vencedores, los que se imponen sobre otros que ya no están o ya no pueden rebatir su versión del relato, tradicionalmente han usado su privilegio para llevarse el crédito y la memoria en la historia. Este control del relato les ha permitido, además, escribir la historia no sólo como testimonio, sino también como propaganda que perpetúe su estatus. Se han ensombrecido ciertos acontecimientos para subrayar otros, obviando muchas de las aportaciones tanto de individuos como de colectivos, arrebatándoles su lugar en la memoria, sepultándolos en el anonimato y el olvido. 

Sobre esta cuestión los historiadores han hablado y escrito profusamente. Luis Íñigo Fernández, en su ensayo Historia de los perdedores, dibuja un panorama general de los olvidados, dando voz a los que no la tuvieron: neandertales, campesinos egipcios, esclavos romanos, bárbaros, judíos, brujas, indígenas, obreros, mujeres, homosexuales, ancianos o víctimas de la globalización. Como afirma Mikel Herrán, más conocido como @PutoMikel, «cualquier relato del pasado que construimos es parcial». La historia está en todas partes, y es importante contar con herramientas adecuadas y ejercitar el pensamiento crítico para analizar los relatos únicos y cuestionar el uso que, desde el presente o desde el poder, se hace de ellos.

Pentiment (Obsidian, 2022) es una aventura narrativa ambientada en el año 1518 en el ficticio pueblo de Tassing, una pequeña población perteneciente a la región alpina de la Alta Baviera. En ella, asumimos el rol de Andreas Maler, un joven artista procedente de Nuremberg que se encuentra trabajando temporalmente en la abadía del pueblo, y que se verá envuelto en una serie de macabros asesinatos orquestados por una conspiración aparentemente vinculada a los orígenes mismos de Tassing. Pentiment, una obra maravillosamente documentada y escrita, no sólo nos habla de una época histórica concreta a través de su trama, su ambientación o sus personajes, también versa sobre la Historia, con mayúscula. Sobre la historia, el arte, el legado y la responsabilidad de quienes ostentan poder sobre todo ello. Sobre cómo se construyen los relatos, las identidades y los mecanismos que operan en su transmisión, su transformación o su desvanecimiento.

Pentiment reproduce esa tensión entre la historia como discurso unidireccional que emana de un determinado poder, y la compleja amalgama de elementos, factores, relatos y fuerzas que realmente forman parte del pasado (y, por ende, del presente), como un extenso mosaico en el que confluyen incontables motivos superpuestos. Mientras la trama principal aborda la cuestión de la historia como un instrumento en manos del poder oficial, el transcurrir del juego nos muestra esa otra cara imprescindible e imperdible del pasado, formada por los individuos, por sus oficios y artesanías, la comida que sirven en su mesa (más o menos profusa, más o menos humilde), sus quehaceres y utensilios cotidianos, sus sueños e inquietudes. En definitiva, su forma de existir en un contexto, su manera de entender el mundo. 

Hay, también, una cierta virtud arqueológica en el juego, en tanto es una disciplina (la arqueología) fundamental no sólo para el estudio del pasado más lejano, del que no se conservan testimonios escritos, sino para entender cómo vivía la gente común, cómo eran las personas humildes cuyas vidas no quedaron plasmadas en textos. Pentiment entiende que la historia no puede escribirse sin ellos. Desde la dirección de arte y la narrativa del juego, se ha puesto un cuidado extremo en representar y, por qué no decirlo, en honrar lo cotidiano. 

La rutina diaria es lo que estructura el ciclo jugable, desde que nos levantamos por la mañana, vamos a trabajar (o a investigar), nos sentamos a comer al mediodía en alguna de las mesas de Tassing gracias a la hospitalidad de sus vecinos, hacemos alguna que otra tarea por la tarde y finalmente nos vamos a dormir. La comida, pieza fundamental de la cultura y aquí, además, importante elemento narrativo, es un ritual ineludible. El juego nos sienta en la mesa cada día, y se toma su tiempo para presentarnos, en un detallado primer plano, los platos que cada familia puede ofrecernos mientras conversamos con ellos. El juego otorga la misma importancia al almuerzo humilde de los campesinos que al copioso menú del noble o el abad. Todo se articula en torno a lo cotidiano, lo mundano es esencial.

La aventura de Obsidian despliega un formidable ejercicio narrativo en el que la perspectiva, al igual que en el arte o en la historia, es fundamental. El juego empieza a raíz de unos hechos concretos, en un lugar y un momento histórico determinado: el asesinato de un noble en la abadía de Tassing y la investigación amateur del crimen llevada a cabo por el artista Andreas Maler. Con el paso del tiempo y los acontecimientos, a lo largo del segundo y tercer acto del juego, el foco se va abriendo, nuestra visión sobre las cosas se va ampliando y vamos adquiriendo la perspectiva necesaria para entender lo que ocurre. Ni la conspiración que hay detrás, ni la historia que nos cuentan, son un caso aislado porque nada existe de forma aislada. Pentiment vuelca todos sus recursos en esta idea, en presentar un panorama complejo, una urdimbre de voces, motivos e intereses que coexisten, se agitan y respiran juntos, y lo hace con una delicadeza y un amor por el detalle que resulta emocionante. 

Del mismo modo en que la perspectiva es importante en Pentiment, también lo es, y de forma totalmente codependiente, el paso del tiempo. La aventura tiene lugar a  lo largo de varias décadas, y todos los personajes tienen su lugar en la historia, tienen un recorrido propio. Los vemos crecer, madurar, envejecer y morir; si han cumplido o renunciado a sus sueños, cómo se han desenvuelto y adaptado a sus circunstancias. Todos son importantes. No sólo el paso del tiempo es imprescindible para adquirir la perspectiva necesaria para entender y contextualizar la trama principal, sino que es fundamental para apreciar todas esas cosas de las que Pentiment habla. Las personas, las historias, la cultura.

Pentiment, que se asienta en una estructura formal muy escueta, concisa, casi teatral, es capaz de desplegar, con delicadeza y convicción sobre sus ambiciones, un tapiz narrativo cuidadosamente tejido que habla, desde el corazón, de cosas importantes.

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